La descripción de los amores de Varguitas con la tía Julia, son realmente shakesperianos, con todo el mundo queriendo apartarlos, o casi todo, porque Javier, la prima Nancy y amigos de la emisora donde trabaja, se confabulan para que la relación llegue a feliz término. Realmente fue así, aunque en el propio libro nos enteramos que duró ocho años, los más románticos quizá hubiesen preferido que dure toda la vida, sin embargo lo romántico es vivir plenamente el momento, entregarse en cuerpo y alma, libar la dulzura de los días felices. ¿Para qué apurar el trago amargo?, lo que ha de venir vendrá y lo que ha de ser será.
También el desenlace de Pedro Camacho es inesperado y no solo eso fue un bombazo al lector, porque no solo no permanece en el manicomio, si no que sale, se convierte en un mísero informante, que es insultado y solo recibe órdenes, contrastando con su anterior carácter férreo de no admitir consejos ni sugerencias. Unido a una repulsiva striper de tres al cuarto, atrás quedaron los días de machacar a los lugareños en sus libretos. Este libro escrito por Mario Vargas LLosa en 1977 es uno de sus los libros más divertidos que he leído, hilarante, a veces grotesco, ingenioso en las tramas, claro dejándonos en cada capítulo con ansias postergadas porque deja suelto al puro gusto del lector el desenlace final, pero en todo momento ameno y jocoso.
Al folletinista Camacho, en “La Tía Julia y el Escribidor”, Vargas Llosa, lo pinta como un hombre fuera de serie, único en su oficio por el que se entrega en cuerpo y alma. No se divierte, no sale, no tiene pareja, no limpia su casa, cocina todos los días el mismo menú sencillo y magro por ser el más rápido de preparar, se encierra día y noche a escribir guiones para las radionovelas (ocurre en la década de los 50) que él mismo dirige, no permite que nadie interfiera ni dé opiniones sobre sus libretos, transforma todo a su paso, crea a su alrededor un halo mágico, causa furor entre los radioescuchas y dignifica el indigente oficio de actor de su época. Aunque arranca con un resonante éxito, acaba en una todavía más estrepitosa caída.
Pedro Camacho es el prototipo del perfeccionista que todos llevamos en menor o mayor grado en nuestro interior, A pesar de que tengamos una familia o nos demos un tiempo para las distracciones o activemos en alguna organización o grupo. Corremos el riesgo de crear situaciones que con solo cuestión de tiempo pueden convertirse en el centro de nuestro espíritu. El mencionado guionista, por supuesto, no tenía otra meta ni anhelo que su trabajo, como mucha gente en el mundo, pero otros tenemos diversas esferas donde nos movemos y donde las circunstancias requieren mucho de nuestras aptitudes y actitudes. Equilibrio, dominio propio es lo que necesitamos para no volcarnos a un lado desmedidamente y hacer naufragar la barca de nuestras vidas. cuantos estragos produjo esto en nuestra existencia convirtiéndola en un verdadero caos.
No nos vendría mal recordar que Camacho al principio deslumbró con su ingenio, destreza mental para crear y dar vida a personajes, enlazados en amenas, historias bien definidas cada una en su espacio, cosa admirable considerando que escribía cinco guiones diferentes para radionovelas cada jornada, sin embargo un día se le cruzaron los cables, confundió personajes, los pasaba de una historia a la otra, al principio sonaban graciosísimas y hasta desternillantes, el ginecólogo de uno de los libretos, era pediatra en otro, a algunos personajes los mataba en una historia y aparecían vivitos y campantes en otra, un bebé que murió en el parto en un relato, en el otro era bautizado con gran regocijo.
Este caos lo volvió loco sin antes dejar también a sus fans casi al borde de la misma locura en medio de tanto enredo. No nos afanemos desmedidamente en ningún área de nuestro vivir, por algo uno de los libros más famosos, leídos, perseguido, pero siempre actual, a pesar de su antigüedad, no dice los siguiente: no nos afanemos por nada, afán es la preocupación desmedida, colindando con la desesperación, y eso es lo que nos aturde, el pretender hacer proezas con solo nuestras fuerzas, cosa que no podemos ni debemos, si queremos gozar de buena salud emocional y espiritual.