Desde muy niña escuchaba que el futuro de la patria estaba en la juventud.
En discursos donde a veces se mezclaban los recuerdos de las gloriosas hazañas protagonizadas en la Guerra del Chaco y alguna filípica contra ciertos políticos, los oradores daban un cierre a sus palabras señalando la necesidad de que los jóvenes practicaran un deporte sano y entregaran sus pensamientos a la lectura de obras formadoras de conciencia.
Los niños los escuchábamos en estado de distracción, a menudo, y en otros momentos prestando la atención necesaria a aquellos honorables disertantes.
Solía observar que algunos chicos se limpiaban las narices, hurgando en las cavidades nasales. Como sea, el caso es que aquellos hombres y mujeres que decían que la patria iría a reverdecer a través de la juventud sana y estudiosa, sabían cuanto decían.
No han de ser, desde luego, estos políticos que andan clavándose en forma casi colectiva puñales en la espalda y pidiendo luego disculpas a sus “víctimas” y al pueblo, los salvadores del país. Desde el momento que moviliza a estas gentuzas el afán por el zoquete, es de ingenuos aguardar que un cambio real y genuino venga al pueblo a través de sus acciones.
Echada está su suerte, vale decir su defunción moral. Las paladas de tierra que caerán posteriormente sobre sus ataúdes formarán parte de un acto teatral que no merecerán muchas lágrimas.
Yo, particularmente, no aguardo casi nada de los protagonistas de la politiquería de estos tiempos, pues veo un fondo de gran miseria humana y asqueroso afán de poder en ellos.
Apuesto a la juventud. Mas apuesto a la juventud que se educa. Educación y cultura son los canales formadores de los jóvenes. Me escribía hace una semana una amiga diciéndome, palabras más, palabras menos, lo siguiente: “Quisiera preguntarte si sabes de una librería donde vendan novelas de autores como Hesse, Moravia, Wassermann, Sagan, Colette o Mauriac.
Hay un sarambí donde están los libros; ocurre a veces que te miran como si fueras un marciano; no quiero hacer comparaciones pero la última vez que estuve en Montevideo, yendo por la calle Narvaja, la calle de librerías y discos antiguos, me sentí como en el paraíso, encontré casi todo cuanto buscaba, compré varios libros, los que me faltaban me dijeron que los tendrían en dos semanas más o menos”.
Este comentario refleja acaso el panorama de la educación y la cultura en nuestro país. Pues bien, han de ser los jóvenes esforzados. Que busquen matar la ignorancia, causante de males sin retorno, a través de la lectura de obras nacionales y extranjeras meritorias.
Mejorar el nivel educativo en las escuelas y colegios es una gran tarea. Que se ocupen de la sana educación gentes entendidas y capacitadas y que se vaya haciendo a un costado a las personas a quienes les queda muy grande un cargo en las áreas educativas.
Tanta horrorosa ortografía, tanta sintaxis maltratada, tanta redacción roñosa, tanto lenguaje parecido a gárgara, tanta abundancia de ignorancia he presenciado y sigo presenciando, que creo cercano el fin de la educación y la cultura.
Siempre, sin embargo, todo está para salvarse. Insisto en que los jóvenes serán los protagonistas del cambio ansiado.
El Ministerio de Educación y Cultura debe despertarse y cumplir al pie de la letra la misión para la que fue creado.
Por Delfina Acosta.