Al entrar el lector en Comala, tiene la sensación de estar metiéndose en un mundo aparte donde la muerte, Dios, las almas en estado de tránsito, los muertos y los vivos se encuentran fuertemente entrelazado.
El lazo que los une es el dolor. Pasa que el autor de “Pedro Páramo” y “El llano en llanas” vio cómo los desdichados obreros de las minas de un México de su tiempo eran explotados por un Estado tiránico y tuvo que volcar necesariamente tanto dolor e impotencia en su obra. Daba inicio con la publicación de su novela al realismo mágico. Pagó con su propio sufrimiento la creación de una obra magistral, generadora de una corriente literaria que echó profundas raíces en otros escritores.
El lenguaje es lacónico. Los muertos hablan entre sí. Solamente creen que existe un sitio prometido en el más allá.
El polvo, las casas desiertas o deshabitadas, las figuras que aparecen y desaparecen repentinamente como relámpagos, van formando un paisaje semidantesco. Ese paisaje es elocuente y por demás visual. Uno, en su calidad de lector, parece ver, a veces, la silueta de una mujer de luto que se diluye entre las sombras…
Hay rencores, amores, desamores, absoluciones y venganzas en Pedro Páramo.
Como “Don Quijote de la Mancha” tiene su célebre inicio en la frase: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero”, así también la novela Pedro Páramo tiene una frase inicial que ha ganado un lugar en la historia: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo”.
No deja de llamar la atención esa suerte de alianza o vínculo entre la muerte y Dios en el texto. El padre Rentería es una figura gravitante en aquel pueblo donde las almas se deslizan por una pendiente. O suben, con cierta trabazón, a veces, en dirección al cielo.
La muerte es el “sustento” de la obra.
Sin llegar a descifrar el diálogo entre muertos, el lector percibe una atmósfera densa, impregnada de calor y hasta de carencia de aire. Así es Comala.
Así nos la presenta el gran escritor mexicano Juan Rulfo.
Por Delfina Acosta