Cuando leemos sobre las vidas de Moisés, Elías, Jesús o Pablo, saltan a primera vista los atributos con los cuales fueron dotados y las obras que realizaron para cumplir su misión encomendada por Dios aquí en la tierra. ¿Pero de David qué? ¿A qué conclusiones podríamos llegar al leer la vida de un joven pastor elevado a la categoría de rey, marcada por asuntos y escándalos que ni tan remotamente podría calificar como una vida “cristiana” ejemplar? Pero Dios había dicho que este hombre era conforme a su corazón.
He aquí sólo un pequeño aporte, aunque no la palabra final, para descubrir algunas características fascinantes sobre la vida de uno de los hombres más extraordinarios de la historia bíblica. Guerrero, creativo, contradictorio, en ocasiones arrastrado hasta el borde del abismo de la tragedia y la desgracia por sus decisiones impetuosas y pasionales.
Pero humano, lleno de fe, con una confianza absoluta que raya casi en lo infantil y un profundo amor por Dios y Su honor. Deseoso que Su Nombre fuera conocido de costa a costa y hasta los confines de la tierra. Un ejemplo dolorosamente necesario para los actuales tiempos donde predomina un espíritu religioso, pusilánime y posmodernista.