Celebración de la vida

La tristeza hay que dársela a los cerdos. A veces uno, sin darse cuenta, va amontonando días tristes en su existencia. Resulta que no ocurre nada calificado como motivo de pena o desesperanza, pero uno va habituándose a un estado del alma que pesa como una casa abandonada. ¿Por qué razón? Pues no lo sé. Tal vez los expertos, los especialistas en el tratamiento de las enfermedades emocionales, tengan algunas reflexiones sobre la tristeza y otros pesares.

Pienso que cada día es una excelente oportunidad para llevar a cabo los sueños guardados en un sitio del corazón. Sin ansiedad, pero con la razón puesta en los buenos propósitos, deberíamos levantarnos diariamente.

Prestemos atención a las caracolas. Ellas tienen una función simbólica muy significativa en la India y son la belleza en las más diversas expresiones ante los ojos de los seres humanos. Dejemos que el aire de la vida nos llene donde quiera que estemos. ¿Sabían que las caracolas pueden ser sopladas durante varios minutos, mediante una técnica que es casi un ejercicio vital, y que mientras se inflan con aire de los pulmones a estas criaturas del mar, también se inflan las mejillas?

La existencia es digna de crédito y de paz.

Contemplemos el mar. Pareciera no tener ningún umbral y alimenta, cuando ya está caída la tarde sobre sus grandes olas, la fantasía de los incrédulos.

Además erige un verso en el alma de los poetas. Ah…, qué tristes son los tristes. Cómo agigantan a veces una pena inventada por la neurosis.

Cuán transparente es la vida si se descubre sus secretos.

Hay espectáculos de la cotidianidad dignos de celebración. Muchos elementos de la naturaleza están dados en el perro. Resulta que él es traído al hogar siendo una pequeña bola de pelo.

Luego se hace adulto y nos recibe, cuando llegamos del trabajo a nuestra casa, con movimientos de cola y lengüetazos en las mejillas. Una fija mirada suya es la revelación del cariño y de la fidelidad. Y qué decir de los gatos, que pasan al lado nuestro y nos dan un cariño que hace menos amargos la indiferencia de algunas gentes y los chismes de los ociosos.

Cierto es que hay días dolorosos.

Sin embargo, el espíritu que no se doblega ante las peores adversidades, tendrá siempre la capacidad de reparar los estragos de la carne y se colmará de calor.

Si mi corazón, por alguna que otra razón, se siente estrujado, empiezo a cantar por dentro las letras de “La vida es un carnaval”.

Ahí van unas líneas: Todo aquel que piense que la vida es desigual/ tiene que saber que no es así/ Que la vida es una hermosura, hay que vivirla/ Todo aquel que piense que está solo y que está mal/ Tiene que saber que no es así/ Que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien/ Ay, no hay que llorar/ Que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando.

Recuerdo que una villetana, amiga de mi madre, que se caracterizaba por vivir libre de prejuicios, le comentaba que era dichosa pues no hacía nunca caso de las murmuraciones de los demás. Cuando venía a saludarla le decía que hasta muy vieja sostenería la siguiente frase: “Ande yo caliente y ríase la gente”.

Por mi parte, mientras duren mis días, tengo la sana intención de celebrar la vida. No tengo más fortuna que la existencia, por cierto, y sería de necia quejarme.

Todo cuanto Dios me da lo tengo por bueno y lo agradezco.

Por Delfina Acosta.

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